Ayudantía Saúl

viernes, 9 de abril de 2010

Freud: Escritos Técnicos - Precisiones Prácticas

“Esta técnica ha resultado la única adecuada para mi individualidad; no me atrevo a poner en entredicho que una personalidad médica de muy diversa constitución pueda ser esforzada a preferir otra actitud frente a los enfermos y a las tareas por solucionar” (Freud, 1912).

La práctica del psicoanálisis tiende a enfatizar una serie de criterios técnicos, supuestamente derivados de la teoría, que se han ido adoptando según las distintas orientaciones y “personalidades médicas” que ha ido tomando el psicoanálisis. “El paciente se debe recostar en el diván”, dirán algunos, “es necesario hacer cortes de sesión”, dirán otros. Freud también estableció una serie de requisitos que se debían cumplir para la realización del análisis, pero a su vez plantea claramente que “la extraordinaria diversidad de las constelaciones psíquicas intervinientes, la plasticidad de todos los procesos anímicos y la riqueza de los factores determinantes se oponen, por cierto, a una mecanización de la técnica.” Pero a su vez agrega, “esas constelaciones no impiden establecer para el médico una conducta en promedio acorde al fin” (Freud, 1913).

De esta manera, queda implícito que se requiere cierta flexibilidad en la aplicación clínica del psicoanálisis, pero para esto se necesita una excelente comprensión de la teoría analítica con el fin de alcanzar un uso adecuado según la “constelación psíquica” en la cual se tenga que intervenir. Quizás es esta flexibilidad, y la incertidumbre que genera, la causante de que se enfatice la técnica aprendida en desmedro del paciente. “El psicoanalista no puede menos que preferir a los pacientes que le piden la salud plena en la medida en que sea asequible, y le conceden todo el tiempo que el proceso de restablecimiento necesita” (Freud, 1913). Se espera un paciente “ideal” para que el analista pueda desplegar al máximo todas sus habilidades técnicas en el sujeto y ver, orgulloso, sus logros.

Al utilizarse de este modo, cabe la duda de si realmente se le puede hacer un análisis a cualquier tipo de paciente. Freud en sus escritos mencionó ciertas limitaciones: que no se podía mantener una promesa de curación si el paciente sufría de una parafrenia (esquizofrenia) (1913), que sólo los casos en que la causa es traumática puede el análisis fortalecer al yo y obtener un análisis terminado (1937), que en estados de crisis el análisis es prácticamente inutilizable (1937), y que, más encima, el analista no puede determinar con exactitud cuáles van a ser sus logros (1913).

Pareciera entonces que el psicoanálisis es prácticamente de uso exclusivo de los neuróticos y que el analista debe ser alguien con una medida superior de normalidad y corrección anímicas que debe dar el ejemplo al paciente (Freud, 1937). ¿Qué se espera con un análisis entonces? ¿Para quién es apto? ¿Quién es apto para realizarlo? ¿Es realmente tan exclusivo? ¿Habrá alguna otra forma de aplicarlo de manera que pueda acceder a todos aquellos que quieran salud mental?

“Uno no se propondrá como meta limitar todas las peculiaridades humanas en favor de una normalidad esquemática, ni demandará que los “analizados a fondo” no registren pasiones ni puedan desarrollar conflictos internos de ninguna índole. El análisis debe crear las condiciones psicológicas más favorables para las funciones del yo; con ello quedaría tramitada su tarea” (Freud, 1937).

Por Constanza Mena

4 comentarios:

  1. “Esta técnica ha resultado la única adecuada para mi individualidad; no me atrevo a poner en entredicho que una personalidad médica de muy diversa constitución pueda ser esforzada a preferir otra actitud frente a los enfermos y a las tareas por solucionar” (Freud, 1912).
    A partir de esta frase propuesta para la discusión critica, me gustaría comentar sobre como esta se complementa con la meta principal que como psicólogos tenemos con el paciente. Para todos es conocido que es importante tener un marco teórico en mente para determinar la forma de abordar un paciente, y esto lleva implícito ciertas técnicas propias de un determinado bagaje teórico. Como habla Freud ciertos pacientes no son buenos candidatos de análisis, sin caer en casos extremos como la psicosis, cuesta determinar el punto de corte. Mas que un paciente sea analizable o no, es si ese paciente es abordable desde mi teoría y comprensión de la clínica. Mas que adaptarse estos criterios técnicos a la personalidad del terapeuta, es esencial que se acomoden al paciente para así abordarlo de la mejor manera. Por lo que leyendo esta cita de Freud cabe agregar como pregunta si esta técnica es la adecuada para la individualidad del paciente
    ¿No es más bien el analista quien debe adaptarse al paciente? Para Freud la individualidad de cada paciente no impide establecer en el medico una conducta promedio acorde al fin, esto es bastante evidente y es esencial para la formación de futuros psicólogos. Ya que deben haber patrones y técnicas generales, independiente del paciente especifico, posibles de enseñar y transmitir. Yo no discuto esto, pero creo que a veces se olvida que como psicólogos estamos al servicio del paciente para ayudarlo, no es éste quien esta presente para que logremos mas experiencia y podamos confirmar nuestra teoría. Hay que ser enfático en la necesaria flexibilidad del terapeuta y por otro lado independiente de la confianza en nuestra teoría y práctica, preguntarnos si es esta en definitiva la que mejores resultados alcanzará con ese paciente especifico. Creo que se puede caer en el error de solo tratar a aquellos pacientes que permitan al terapeuta desplegar todas sus habilidades técnicas y (con su orgullo mediando) poder generar los mejores logros, analizar solo a aquellos pacientes con los que logrará sobresalir y que serán un desafío. Pero nuestra profesión no puede olvidar nunca que nuestro fin último es querer ayudar a las personas, de poner todos nuestros esfuerzos y conocimientos en buscar disminuir su malestar. Quizás es fácil caer en la tentación de dejarse llevar por nuestro amor propio, por aquel paciente que saque lo mejor de mí como terapeuta, es decir aceptar solo a aquellos que se acomoden a mi forma de abordar la terapia y los propios recursos técnicos. La pregunta que hay que hacerse es si con mi forma de trabajar al paciente le podré ser de ayuda y no si la individualidad de ese paciente me será útil para mis logros y expectativas. Es evitar caer en la rigidez, y con la mirada puesta en el bien del paciente poder adaptar también mi forma de trabajar a su individualidad.

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  2. De acuerdo a lo discutido en ayudantía, y a los contenidos expuestos en otras clases, me surgen varias dudas respecto a la postura del terapeuta, considerando su posición teórica y aplicación de la técnica.

    Por una parte concuerdo con mi compañera, respecto a que existe una consideración ética en el rol de terapeuta, en cuanto se presupone que existe un deseo de ayudar o servir al paciente, y que con ello, todo lo realizado en terapia, será en pro de facilitar la “resolución” de los conflictos psíquicos de aquel.

    Sin embargo, pienso que es parte intrínseca de la toma de postura de una perspectiva teórica (y por ende de una técnica terapéutica), las limitaciones que se generan en torno a ellas. En este sentido, la toma de postura implica per-se un sesgo respecto a como se aborda la totalidad de los pacientes, y ello no necesariamente implica algo negativo. Al contrario, es parte de nuestra existencia habitual y empírica, el hecho de que se filtran millones de estímulos y se acotan los conocimientos, para hacerlos más abordables.


    Creo que el punto clave se encuentra en la capacidad del terapeuta de re-conocer sus limitaciones, no solo en cuanto a sus habilidades clínicas particulares, sino también a su técnica y enfoque teórico, y con ello poder tomar decisiones adecuadas para aquellos pacientes que “no se amolden a su tipo de terapia”. En este sentido, la flexibilidad para mi no está puesta en la gama de intervenciones posibles que un terapeuta pueda realizar con diversos pacientes (mezclando tipos de intervenciones, inclusive, que no corresponden a su línea teórica) sino en la pespectiva autocrítica de su ejercicio profesional, la cual debe incluir la posibilidad de decir “no puedo, mejor derivo”, “no me compete, no es mi área”. Todo esto, según mi perspectiva también es parte de la ética del ser terapeuta, un “buen” terapeuta, no solo por ser “seco” sino también responsable con las limitaciones propias de toda perspectiva en la cual se sitúa un sujeto (y que no le permite situarse a la vez en otras posiciones).

    Por otra parte, y considerando otro punto de discusión de las ayudantías, me surge la interrogante respecto al tema del "cobro" de las sesiones. Creo que el punto clave es ¿que es lo que se paga? ¿Que es lo valorado?. Es complejo llegar a un consenso en el que tanto el terapeuta como el paciente, se sientan " a gusto" con lo pactado en cuanto a dinero se refiere, pues por una parte, aparece el desempeño profesional que debe ser recompensado de alguna manera socialmente establecida (sino entraríamos en el terreno del voluntariado y ello es "harina de otro costal"), y por otro lado, aparece la valoración del paciente respecto a cierto tipo de terapia y cuanto está dispuesto a costear. La interrogante para mi queda abierta, y creo que depende de variados factores el fijar el costo "justo" de la terapia... habría que reflexionar sobre lo "justo" en este contexto....

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  3. Me gustaría plantear una idea que surge tras la discusión de la exclusividad del psicoanálisis, que es una duda que la Coni expone, ya que queda abierta la posibilidad de que no todos los pacientes son "analizables". Desde esta exclusividad para ciertos pacientes, me pregunto si existe también exclusividad en cuanto a los profesionales de la salud mental. Cabe la duda de si todos los psicólogos son potenciales psicoanalistas, como si existieran ciertas cualidad intrínsecas en la persona que avalaran el querer serlo. Por otro lado, además de factores propios de la persona (si es que existiera esa determinación), hay hechos que creo si promueven la "exclusividad" de ser psicoanalista como es el proceso de formación en nuestro país. Para ser psicoanalista es necesario formarse en la APCH, ICHPA o la ALP, donde el costo del arancel no es menor, por lo que crea un filtro entre las personas que aspirana hacer su trabajo en diván. A esto se suma el requisito de llevar cierto tiempo en análisis, para poder acreditarse como psicoanalista, lo que es un costo adicional. Por lo tanto el tema económico ya no es solo un impedimento para quien quiere acceder a un análisis, sino que tambien para el profesional que quiere formarse en esta línea teórica. Pero, ¿qué consecuencias tiene esto en lo concreto?...Quien no está acreditado como psicoanalista es un terapeuta con orientación analítica, lo que para algunos puede significar la imposibilidad de trabajar en diván por no tener la formación adecuada, lo que me parece responsable ya que se debe buscar le beneficio del paciente más que satisfacer el goce propio. Pero frente a esto me surge la duda si esta exlusividad se transforma en una limitación de la práctica psicoanalítica, y la convertiría efectivamente en una formación de elite, lo que sería lamentable.

    Viviana Muñoz

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  4. Cuando se debate sobre que tan acertado es el psicoanálisis (desde un punto de vista técnico) para responder a los malestares de la gente, siento que lo que ponemos en duda es casi siempre la capacidad del paciente para adaptarse a la teoría y técnica, mientras que la competencia del analista y del psicoanálisis queda (la mayor de las veces) intacta. Da la impresión de que en general se ve al analista “sólo” como el agente que nos mostrará “la vía regia al inconsciente” bajo las reglas del psicoanálisis. El analista está ahí, a disposición del futuro paciente, esperando serle útil, pero si éste no está de acuerdo con estas reglas, no puede acceder a esta vía que le propone aquél. El analista no tiene la culpa de esto, es el paciente quién no es “apto” para el proceso. Me da la impresión que mientras más se traten de especificar, separar las etapas de un psicoanálisis y mientras más reglas a la terapia se “descubran” e impongan, menor va a ser el número de personas aptas para este.
    Frases como “sin diván no hay análisis”, “el número de sesiones debe ser de 3 veces por semana”, “que los pobres no necesitan (o no son aptos para) psicoanálisis” o el pensar que para poder hacer psicoanálisis es necesario que la persona se pregunte por sí misma, entre otras cosas, hacen que el psicoanálisis se sienta, por mi parte, como una rareza, como una exquisitez. Si bien estas reglas son válidas porque apuntan a una meta en especial, que la persona se conecte con su inconsciente, son a la vez caprichosas pues pueden funcionar como un filtro muy selecto, convirtiendo al análisis en esa rareza entre las terapias, en vez de una herramienta.
    Como han dicho en los comentarios anteriores, esta disposición nos hace olvidar a quién tenemos adelante (ya sea paciente o alguien que busque ser psicoanalista) y mueve el foco hacia la técnica y hacia la teoría que la sustenta. Así da la impresión que la técnica y la teoría tienen la facultad de elegir a quienes las usan, quedando el analista impune frente a toda adversidad. Esta impunidad que le da la técnica al analista, un “lavarse las manos” frente al paciente, una superioridad en la relación con él, pienso que se contrapone con la disposición esencial del psicoanálisis en Freud.
    En Freud vemos que hay una técnica que resalta frente a las otras, sólo una que es fundamental y es la asociación libre. Si ponemos énfasis en esta técnica más que en las otras (que son “adecuadas para MI individualidad”) el panorama cambia. Ya no hacemos psicoanálisis para la teoría, sino que nos reenfocamos en el paciente pues la asociación libre no viene de ningún otro lugar que no sea de éste. Y si respondemos a esta asociación libre con una atención parejamente flotante, como Freud pide en sus textos, el análisis se transforma en una herramienta para el paciente, pues es él quién “manda” en el proceso. El analista se comporta como una “herramienta que escucha” para el paciente. Él puede hacer todo tipo de intervenciones, pero éstas no son porque la técnica manda, sino porque cree que dentro de todo lo que puede hacer, es lo que más le puede servir a su paciente. Incluso puede este no asociar del todo libremente (¿es posible acallar del todo la crítica y la censura interna?), aún así este supuesto de asociación libre y atención parejamente flotante permiten que el analista se ponga a disposición del paciente y no al revés. Así pasa a segundo plano si una persona es apta para el psicoanálisis o no, si es que puede pensar sobre sí mismo o no, y toma importancia lo que es relevante para el paciente, tanto en lo que dice como de lo que podemos hacer. Pasan a segundo plano también las técnicas que se adecúan a los psicoanalistas en vez de a los pacientes.

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